Cuando llegó el tercer día: el día en que nuestro Salvador resucitó, abandonando la tumba, algunas cosas sucedieron. Por un lado, los religiosos pagaron a los soldados apostados junto a la tumba para que dijeran que su cuerpo había sido robado. Por otro lado, unas mujeres piadosas, que habían creído en él, corrieron muy temprano hasta la tumba y comprobaron que, efectivamente, estaba vacía. Dice la Biblia que Juan y Pedro corrieron, pero que juan corrió más a prisa y llegó antes (Juan 24:4).
Las noticias se cruzaban por todas partes. Algunos recibieron la noticia de parte de los soldados, quienes dijeron: “Nosotros nos dormimos profundamente y sus discípulos vinieron y se robaron el cuerpo” (véase Mateo 28: 11-15). ¿Usted se puede imaginar por un momento lo que pudieron haber pensado los “reporteros”, conociendo la disciplina del ejército romano? Pero, bueno, es probable que muchos hayan creído esa mentira, al menos por algún tiempo.
Los apóstoles, todavía bastante atemorizados, estaban reunidos, tal vez tratando de ver cómo encarar la nueva situación. Cerradas las puertas, en un momento, Jesús se les presentó y se puso de pie frente a ellos, expresando… “Paz a vosotros”. Nadie dijo nada. Mas todos le reconocieron. Esto le comunicaron luego con regocijo al único ausente allí: Tomás. Pero éste no creyó, alegando que exigiría pruebas (véase Juan 20: 19-25).
Otro caso llamativo es el que se registra en Lucas, capítulo 24: 13-18, donde dice que dos de sus discípulos caminaban hacia la aldea llamada Emaús. No dice quiénes eran, ni si alguno de los dos -o quizá los dos- pertenecía a los doce. Sólo menciona que uno de ellos se llamaba Cleofas (Vers. 18).